Tomas, en su casa se pasea en derredor del mueble principal de la sala y se interroga: ¿Qué debo hacer?
Recordó: Daniela yacía sobre él y le decía: eres la más hermosa casualidad, gracias al azar de la vida te conocí, esas palabras le resonaron como un eco en aumento. (Siempre había pensado que la persona amada era como un hermoso destino, eso le daba peso al amor, de lo contrario, se convertiría en algo insignificante, casi efímero, se fragmentaria en miles de impresiones pasajeras).
Tomás, en una reacción inconciente, miro su reloj, no buscaba el lapso transcurrido del acto o la representación de la duración del sexo. ¡No! Controlaba únicamente su transcurrir, tenia que llegar temprano a su casa.
Los movimientos eran cada vez más veloces y agresivos, de pronto, Daniela lo miro y le sujeto las manos, soltando un gemido. Aquello era casi un grito ¡Detente! ¡Detente! Tomas que hasta ese instante seguía su ritmo y se dejaba diluir, se detuvo asombrado, especuló: ¿Por qué le pedía que se detuviera?
¡No! No era al amante que le decía que se detuviera, sino al tiempo, quería detener el instante, eternizarse junto con el momento. El tiempo se le fugaba y sus movimientos se hacían más rápidos. Pero ¿Puede pararse el reloj? ¿Eternizarse en un momento? ¡Que mas no quisiera Daniela que volver el instante eternidad y fundirse con el.
Observo su reloj específicamente las manecillas, quería al igual que Daniela detener el tiempo, pero muy por el contrario, el no pretendía fundirse con el, deseaba evitarlo y desaparecer de su autoridad.
Se sentó suavemente en el sofá, inclinado su cabeza cerro los ojos y tomo un hondo respiro. En el justo momento en que los abrió, una ráfaga de aire irrumpió en el cuarto abriendo la ventana, se levanto e intento cerrarla, pero estaba neciamente trabada.